Kazajistán por Yolanda Saumell
Traca-traca, traca-traca… con este ruido constante, metálico y armónico no me fue difícil conciliar el sueño. Me dirigía desde Almaty a Shymkent en un viejo ferrocarril de época soviética aprovechando las horas de la noche, y cubrir así los casi 700 kilómetros que separan la antigua capital de Kazajistán con la tercera ciudad del país, ya no muy lejos de la frontera con Uzbekistán.
Podíamos haber tomado un talgo, mucho más moderno, o cruzar el sur de este país en avión. Pero cuando se viaja a menudo, no siempre pueden escogerse las horas y el medio transporte preferido, así que me tomé el largo trayecto hasta Shymkent como una nueva experiencia en mi afán por conocer mejor esta ex-república soviética, la segunda más extensa de la antigua URSS tras la Federación Rusa.
Un país de interior
Kazajistán se encuentra en el corazón de Asia Central, en el mismo vientre de la gran Rusia. El país es inmenso. Su superficie quintuplica la de España, aunque los únicos mares que reconoce son el Caspio, el Aral y el Balkash. En realidad tres lagos cerrados -en gran parte de agua salada- que se alimentan únicamente de unos pocos ríos que desaguan cada día con menos caudal. Los kazajos son, por tanto, gente de interior y poco dotados a aventuras marineras.
Al ser un país tan extenso, es fácil que éste sea algo diverso. En el norte predomina la estepa, una inmensa planicie yerma. En la zona central, hay abundancia de colinas. El sur es tierra de alturas, con los montes Altai y Tien Shan como macizos más destacados. El clima, en general, es continental, y eso significa temperaturas extremas en verano y en invierno, aunque en el sur, y gracias a la altitud, los veranos son algo más frescos.
A nivel cultural, la mitad de las gentes son de fe musulmana -sunitas- y un tercio se declara ortodoxo. El 99% de los kazajos están alfabetizados, y el 60% viven en ciudades, lo que supone la tasa más alta de urbanización entre las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central.
…Pero con un bosque bajo el agua
¿Y qué ver en Kazajistán? Mucho más de lo imaginado. De entrada no me perdería algunos de los entornos naturales más sorprendentes del país. Esto es el cañón de Charyn y los lagos Kolsay. El Parque Nacional de Charyn, no muy lejos de Almaty, está atravesado por un río del mismo nombre. Tras abandonar los montes Tien Shan este ha creado, con el paso del tiempo, un increíble y hermoso desfiladero que más de uno ha comparado con el Grand Canyon en Estados Unidos. Predomina la espectacularidad del paisaje. El lugar, que duda cabe, es fascinante.
Los lagos Kolsay, en cambio, son tres lagunas de carácter alpino que se hallan situadas en torno a los dos mil metros de altitud. El color azul oscuro de sus aguas, y el silencio y la tranquilidad que las rodea, hacen de esta excursión un paisaje a recordar. La postal se asemeja mucho a la de un cuenco de cristal, de color turquesa, al pie de grandes montes. Además, para quien le guste practicar el senderismo y el montañismo no podrá escapar a un panorama tan seductor: bosques de árboles de hoja ancha, abetos y prados típicamente alpinos. Altitud, naturaleza tupida y mucho aire fresco.
Tampoco me perdería el lago Kaindy, un idílico ibón de montaña que se formó después de un terremoto en 1911. Un gran deslizamiento de tierras creó, por azar, un dique natural. Sucesivamente, el agua de lluvia llenó el valle y creó el lago. El lugar es famoso por la cantidad de abetos muertos y blanqueados que salen del agua. Los árboles, junto con el agua de color turquesa, hacen de él espectáculo increíble. La imaginación es aún más impresionante, ya que los árboles no se han descompuesto y crean una visión surrealista de un bosque bajo el agua.
Trío de ases
Las grandes urbes del país son Almaty, Shymkent y Astaná. Un obligado trío de ases para ganar la partida en cualquier viaje a Kazajistán. Astaná, la capital del país desde 1997, es una ciudad un tanto artificial. Surgida en torno a una fortaleza rusa del siglo XIX, erigida para controlar los pueblos turcómanos de Asia Central, es hoy una moderna concentración urbana que supera los 700.000 habitantes. Similar, como concepto, a Dubái -pero si tanto poderío- este año 2017 Astaná ha albergado una Exposición Universal que le ha dado cierta notoriedad internacional.
En cambio, Almaty fue la primera metrópoli de los kazajos y su capital en tiempos de los soviéticos. A destacar la catedral ortodoxa de la Ascensión, el museo de instrumentos musicales y el centro Sunkar, una granja avícola de aves rapaces donde es posible descubrir el increíble arte de la cetrería y la caza del halcón.
La tercera gran ciudad, y a la cual me dirijo, Shymkent, se sitúa a un centenar de kilómetros de Uzbekistán. Es un buen punto de partida para conocer Turquestán (no confundir con el país Turkmenistán), un antiguo punto estratégico de la gran Ruta de la Seda y uno de los enclaves santos del Islam. Desde Shymkent es accesible también el Parque Nacional de Aksu-Zhabagly, donde se halla algún pico que supera incluso los cuatro mil metros de altura.
Kazajistán es un país a descubrir
Kazajistán disfruta, en general, de buenos alojamientos en los principales reclamos turísticos. Hay presencia de cadenas internacionales como Radisson, Marriot, Intercontinental, Ritz Carlton y Rixos en categorías lujo y Hilton. También es posible encontrar algún cuatro estrellas interesante. Los parques nacionales acogen, sin embargo, alojamientos rurales de tipo familiar que resultan ser instalaciones limpias y correctas, pero muy básicas.
La gran mayoría de los carteles están redactados mayoritariamente en alfabeto cirílico, que es el usado tradicionalmente por las lenguas rusa y kazaja. Aunque esta última tiene la particularidad de poder ser escrita también en grafía árabe, entre la minoría kazaja que reside en China, y en caracteres latinos. Es más. Desde el pasado mes de abril de 2017, Kazajistán ha impuesto este alfabeto como el oficial en la república, siguiendo la senda de sus tierras hermanas de Uzbekistán, Turkmenistán y Azerbaiyán. Veremos, con el paso de los años, el impacto real de tal medida.
El inglés, por cierto, es poco hablado en las calles del país, en sus estaciones y en el mismo tren en el que me hallo. Por suerte, o no, ésta es aún una terra incognita por descubrir por parte del turismo occidental. Tal vez, no haya mejor momento histórico como el actual para adentrarse en este país. No me cabe ninguna duda que el país se modernizará aún más en en los próximos años. Sin ir más lejos, desde el pasado enero ya no hace falta visado para acceder a él desde España.
Un murmullo me hace volver a la realidad. El traqueteo del tren se ha reducido. Las luces invaden la oscuridad. El ferrocarril reduce su velocidad. Hay un despertar general. Estamos entrando en la estación de Shymkent. ¿Se acaba el sueño? Después de descubrir el sur del Kazajistán me esperan nuevas experiencias en Asia Central. Prometo ir contándolas.
Jordi Ferrer