India:
vibrante, ancestral, mística

Un país gigantesco, un subcontinente enmarcado por los majestuosos Himalayas al norte y costas interminables que encierran una cultura única. Es la India.

El Himalaya parece ejercer como guardián de un antiguo misticismo. Al sur, mucho más al sur, la palmeras se mecen suavemente con la brisa del océano Índico. Allá por donde vayas, el aroma a especias llenan el aire de promesas de descubrimientos inolvidables. 

Color, mucho color. Las calles de la India están siempre repletas de gente y su vestimenta siempre es de colores vivos. Su cocina también tiene color. Y calor. Tan picante como puedas imaginar, tan variada como deseas. Los cielos parecen pintados por un artista a quien le gusta abusar del púrpura y del naranja. 

Seguimos con el color. Visitamos la ciudad rosa, Jaipur, con su arquitectura que es reconocible testamento de su pasado opulento y de su arte. 

Desde allí, el desierto del Rajasthán nos promete recuerdos de guerreros y de vida refinada en sus fortalezas y palacios.

Y un día llegas al Taj Mahal y sabes al momento que estás ante una de las maravillas del mundo. Su historia es bella, su ubicación es bella, su arquitectura también.

Queriendo o sin querer verás rituales en el río Ganges, el río sagrado, que tiene en Varanasi el epicentro de la devoción donde el rito recuerda el ciclo interminable de la vida, la muerte y la reencarnación.

En las cuevas de Ajanta te sorprendes, en los ríos de Kerala te relajas, en Pondicherry redescubres el colonialismo francés, en Goa reencuentras el espiritu más apacible.

India es así, inacabable. Templos con esculturas prodigiosas, junglas con grandes felinos, carreteras con camiones que resultan inverosímiles, fiestas deslumbrantes, espiritualidad omnipresente… 

India tiene un magnetismo poderoso aunque el viajero percibirá fácilmente la pobreza y descubrirá cómo la burocracia puede ralentizar las cosas. Pero esa es la magia de un destino que no solo es grande en dimensiones. Es grande en experiencias.